martes, 29 de mayo de 2007

Vibración

Un cabezazo. El mentón golpeando el borde de la cama. Está acalambrada, sin sensibilidad epidérmica, pero con un esfuerzo absolutamente consciente gira todo el cuerpo para quedar tres cuartas partes boca abajo. La cabeza le pulsa y siente un pitido en el oído que reconoce: fármacos, me metieron fármacos hasta las orejas, piensa.

Ya perdió la noción del tiempo que lleva intentando moverse de esa cama, pero es bastante. Afuera (¿a cuántos pisos estoy?) es de día. Va a ser un lindo último día, piensa, y un recuerdo súbito que se le escurre sin que pueda llegar a asirlo, le causa un ataque de risa que la sacude desde las tripas hasta la punta de los dedos de los pies.

La risa la desentumece un poco y entre el velo de lágrimas artificiales de sus ojos puede percibir el revés de su antebrazo. Se sobresalta, pero no por las marcas sucesivas de las agujas, que le han dejado una bonita constelación de moretones. Está mirando un brazo que no es el suyo. Piel opaca, fláccida, un par de lunares (¿o son manchas?) exageradamente grandes. Toma una gran bocanada de aire, como un nadador que se olvidó de respirar mucho tiempo, y es ahí que se da cuenta del ruido extraño que hacen sus pulmones, de la caja toráccica levantándose, las costillas prácticamente pegadas a los músculos, el hambre voraz que comienza a sentir.

Logra acordarse boca abajo, sin dejar de mirarse los brazos. Le duelen absolutamente todas las articulaciones. Está lista para ignorar su aspecto actual, en este día bizarro cualquier cosa puede pasar. Pero le preocupa sobremanera ese retumbar que no cesa, en su cabeza. Como una avalancha en ciernes: eso. Siempre fue buena para definir y percibir cualquier vibración antes que nadie.
Otra bocanada profunda, y está sentada al borde de la cama. Los pies llegan al suelo. No estoy en una institución corriente, piensa; si fueran astutos me habrían atado, previendo que me despertara. ¿O no esperaban que lo hiciera? Eso debe ser. Mierda.

Mierda.

¡Mierda!

La cabeza le retumba cada vez más y más fuerte. Lo que se le viene encima es una comprensión que no quiere tener. Conciencia de sí. Mierda... mierda... mierda... no fue ayer, no es un sueño, no estoy en una institución, ni en un hospital, ¿dónde estoy? ¿Qué pasó?

¿Qué día es hoy?

No enciende luces. No pasa frente al espejo. Va recobrando los sentidos: se huele sucia, se siente pastosa y laxa, enfoca los objetos ya sin lágrimas artificiales. Y no deja de oír el rugido de la nieve en sus oídos. Abre la puerta del único armario con tanta fuerza que se queda con el picaporte. Lo suelta, mete las manos, saca ropa deportiva como para una mujer veinte kilos más grande, pero se la pone igual.

Encuentra un bolso, lo da vuelta sobre la cama con las mismas manos torpes, abre la billetera. No conoce a la mujer pero hay una licencia de enfermera adosada a la foto. Y una libreta de tapas rojas con su nombre: Sasha. Se la guarda en el bolsillo. No hay tiempo, no hay tiempo, en el taxi la leo, no hay tiempo. También hay un crucigrama a medio hacer. Temblando, busca la fecha.

2007. Diez años.

Pasaron diez años, y ella no murió ese día, como había elegido. Y ahora entiende el por qué de la avalancha que acaba de sepultarla bajo kilos y kilos de nieve helada, y el silencio universal en su cabeza, y la absurda risa que le estremece los huesos ante la broma macabra del destino.

Y allá lejos, temblando contra el último resquicio de conciencia, está él.
Vuelve la adrenalina. Vuelven la sensación de hambre, el dolor, la certeza de estar viva para ese único momento que puede cambiarlo todo. Sabe que irá a buscarlo.

En el caserón coquetamente equipado, todos los demás "vegetales V.I.P." yacen para siempre. Pero ella tiene otra oportunidad. Sin que nadie la intercepte, sin que nadie la controle, llega a la puerta de guardia, muestra la credencial ante un vidrio polarizado. Suena la chicharra por última vez. Sasha sale a la calle desconocida bajo un cielo de extrañas nubes doradas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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