lunes, 21 de mayo de 2007

Cebollas

En cuanto pudo desfibrilar las suficientes neuronas, casi moribundas por la peligrosa resaca del sueño químico -al que se había hecho adicto hacía tiempo-, el Papa supo con indiscutible e irreligiosa certeza que sólo le quedaba un día en el Vicariato de Cristo.
No tuvo una revelación angélica, tampoco una imagen de la capilla le había llorado sangre mientras le contaba la inminencia del final. No habían venido unos pobres pastorcitos muertos de frío a darle la nueva. Lo sabía, como sabía que su madre había sido analfabeta, o que esa tarde tenía audiencias diplomáticas (donde aún recibía los saludos protocolares por su elección, hacía ya casi un mes).
No era un apocalipsis oficial. Seguro. Salvo que se hubieran olvidado de avisarle. O que Dios no tuviera nada que ver. Ni con esto, ni con nada.
Al mismo tiempo que se despertaba, un viento de angustia se llevaba los vapores de la alegría casi escandalosa que lo embargaba (¡después de todas las malas noches en las que el recuento mental de cardenales le representaba al Cardenal Rímolo con la Mitra Papal!).
- ¡Giuseppe, despierta, ven aquí! -gritó por el intercomunicador. Su asistente privado, Giuseppe, (un pequeño sacerdote de provincias; tan hirsuto, moreno y enjuto que siempre se le convertía en mico en el recuerdo después de no verlo durante un par de horas) era la primera cara que veía por la mañana.
La fe del Papa Juan XXIV tenía dentro de sí diversas capas, como las de una cebolla, en las que podía acomodarse los diversos tipos de ésta que lo imbuían.
El centro era un núcleo duro, casi microscópico, de ciega fe. Esa que se le impone a uno de niño, con una mezcla de tirones de orejas y promesas de arder en los infiernos. Es la que nos hace esperar que nos parta un rayo después de haber hecho algo malo. La que cree a pie juntillas que Dios lo ve todo, y que conocer al Diablo nos daría terror.
Luego seguía una capa mediana de temerosa y tibia fe, adquirida sin duda en los años de diaconado. Era una fe débil, casi apóstata, más preocupada por no perderse un pasaje en el tren al paraíso que dispuesta a caminar por el mar. Esa era la veta de fe que desconfiaba del Diablo, la que veía su mano en cada acción ajena. Y la que estaba dispuesta a engañar -pero muy poco- a Dios.
La siguiente era un filón inconsistente pero bien grueso de agnosticismo. Aceptaba sin dudas un fin del mundo como éste, acéfalo del Cordero de Dios, como también la falta de directivas, sin impresionarse demasiado (de hecho, nunca las había recibido). Esta capa de cebolla veía al diablo con alguna curiosidad, y estaba más dispuesta a acribillarlo a preguntas que a dejarse impresionar. De Dios podía hablar durante horas, sin convencerse de si existía o no. Él, en toda su carrera eclesiástica, no había tenido ni una sola confirmación. Y desde que era Pontífice, la esperaba cada vez con menos ganas.
Para terminar, por fuera, una fina -pero correosa- capa de cinismo religioso, impermeable a cualquier duda o confusión (proveniente de las capas internas o del exterior). Era la capa que los más encarnizados enemigos de la iglesia utilizaban en su contra por los crucifijos de oro, los ritos suntuosos y la vanidad de creerse el reservorio moral de occidente.
En este estrato Juan era capaz de sacudirle un cross de derecha al Diablo -sobre todo si había una cámara de televisión cerca-. En ese lugar de su fe (de su carencia de ella, mejor) estaba totalmente seguro de que el mal no era cosa del Maligno (aunque por conveniencia subtitulara con vehemencia que todas las cosas que no le gustaban eran "obra del Adversario"), sino de hombres y sus oscuras almas egoístas.
Esta capa estaba absolutamente convencida de que Dios -independientemente de si existía o no- lo había dejado solo, y que tenía derecho a imponerse él mismo de algo de deidad, por ausencia. La infalibilidad era tentadora.

Giuseppe entró con un papagallo, toallas en cantidad y L´osservatore Romano.
Lo siguió con la mirada mientras el asistente se afanaba por todo el cuarto.
"El mico no sabe nada", pensó.

4 comentarios:

Cassandra Cross dijo...

Si me lo permite, un post digno de usted... lleno de matices, ironía y todo eso que a mí no me sale :-P

jejeje...

me mata la intriga de para qué capa va a salir pateando Juan XXIV!!

Anónimo dijo...

Sus descripciones de las realidades de los personajes son tan confusas pero me gustan y mucho sin duda, yo quiero ser como ud de grande...

¿Sabe? a mi me gustaría una capa también, una que me haga innmune a los fantasmas ¿donde la consigo?

Ojalá y pueda conseguirla antes del día final, sino de que me sirve haberla buscado y no haberla disfrutado ¿no?

Dw

absurda y efímera dijo...

Genial."...siempre se le convertía en mico en el recuerdo después de no verlo durante un par de horas"

Bueno, algo le leí, finalmente. Realmente me gustó.

Vontrier dijo...

Je. Quiero saber como sigue.