miércoles, 23 de mayo de 2007

Inmovilidad

Se despertó parpadeando asustada, con los dientes apretados por la tensión y los brazos adormilados a ambos lados del cuerpo. Miró el reloj: eran las cinco y media de la mañana. No dudó ni por un segundo: lo que había visto era cierto.

Un haz de luz se filtraba apenas por la ventana. Aturdida, pensó que despertaba en la noche a un día que, tal vez, no tendría noche.
Estaba demasiado acostumbrada a las imágenes apocalípticas; las había soñado, fantaseado y dramatizado desde niña. La maestra incluso había rebatido, horrorizada, un cuento de su adolescencia temprana donde toda la ciudad era tragada por el vórtice de una dimensión demoníaca, de inspiración lovecraftiana. La última vez, creía haber conseguido un poco más de atención. El día antes, durante el ensayo del monólogo de Fedra, por ejemplo.
¿Qué podría hacer un ser humano común y corriente, cuando tiene la certeza absoluta de que no habrá un mañana?

El corazón le latía tan rápido que trató de ahogarlo cerrando los párpados con fuerza. El martilleo se volvió tan persistente como el batir de un tambor; le recordó vagamente el palpitar del suelo la única vez que pisó el campo de un estadio para un recital, acompañada de su hermano mayor. Aquella vez, era el único ser inmóvil en medio de una masa de gente que saltaba. O al menos, intentaba mantenerse quieta: la potencia de aquellas decenas de miles de pies daba la ilusión de que todo el eje de la Tierra iba a moverse. Se recordaba mirando sus propios pies. Ni siquiera tenía memoria de quiénes se presentaban en aquella ocasión.

Aturdida aún por los coletazos del sueño, percibió sus pies helados y los brazos todavía adormecidos. El cuerpo como atornillado a la cama. Pero podía girar el cuello a un lado y a otro. Tenía, como casi siempre al irse a dormir, el pelo prolijamente estirado hacia atrás; sin embargo, unas gotas de sudor (o tal vez eran lágrimas) le salaban los labios. Los ojos se iban adaptando a la penumbra. A medida que volvía a la realidad, desconocía un poco más dónde estaba. Ni el olor, ni la textura de las sábanas, ni la luz minúscula entre las hendijas le resultaban familiares.

-¿Dónde estoy? - intentó preguntar, pero tenía la boca tan reseca que no pudo articular palabra. Dónde estoy, moduló nuevamente, para descubrir que por alguna razón no encontraba su voz, siquiera un aliento que echar hacia afuera. Intentó mover los brazos nuevamente y no pudo. El corazón le latía ahora a una velocidad pasmosa.

En ese preciso momento, escuchó la chicharra de una puerta vecina y se dio cuenta que, definitivamente, no estaba en su habitación. Pero... ¿dónde, entonces? ¿Cómo había llegado ahí? Y lo más importante.... ¿conseguiría salir antes del anochecer?

3 comentarios:

Fender dijo...

Casi le diría que me dió ganas de amodorrarme con ella. Pero, claro, no por la misma razón...

Anónimo dijo...

Que buen relato!

Casi casi me sentí identificada, tantas veces en mis sueños (o pesadillas?)he sentido la necesidad de gritar y es imposible por no tener voz por más esfuerzos que logre nunca puedo decir una sola palabra y la desesperación me mata hasta que logro despertar, pero mi pregunta...


Donde estaba ella entonces!!??

Por la manera en como despertó estaría en... no no mejor digalo ud.


Dw

Vontrier dijo...

Muy bueno, Cass.
«Dónde estoy, moduló nuevamente, para descubrir que por alguna razón no encontraba su voz, siquiera un aliento que echar hacia afuera.»
Excelente, excelente.