martes, 22 de mayo de 2007

Dieciocho

Gervasio despierta sabiendo que es cuestión de horas -apenas dieciocho- para que el mundo acabe. Siente hambre. Se levanta, sin desperezarse ni acomodar su lado de la cama. No se baña. No se lava los dientes. Ni siquiera se viste. En pijama, en absoluto silencio, se arrodilla frente a la estufa de gas y sopla, en absoluto silencio, hasta que la llama se extingue. A tres pasos de distancia arroja un beso a Elba, justo antes de cerrar la puerta con llave. Nunca la amó, de cualquier modo.
Gervasio no desayuna. Recoge un abrigo largo de su mujer (nunca la amó) y mete un brazo, luego el otro, mientras sale de su casa y sin cerrar con llave. Enseguida vuelve a buscar su teléfono celular, el control remoto del televisor y el reloj de pared de la cocina, para arrojarlos al vacío a través de la puerta de tijeras del ascensor. Baja por las escaleras.
Gervasio sale a la calle en pijama, abrigo y medias. Ya son casi las siete, pero el sol se deja velar por los edificios. Mientras camina, Gervasio piensa en toda la gente a la que no verá más. Se sonríe. Tampoco piensa despedirse.
La plaza está vacía. Gervasio piensa que nunca antes quiso detenerse en la plaza. En uno de los bancos, solo, tirita un diario de ayer. Gervasio siente pena, una pena tremenda y estática. La compañía es inestimable, piensa, y se acuesta a dormir en el banco de plaza, junto al diario, bajo el sol de la mañana.

3 comentarios:

Aki Celtic dijo...

Ah, pero qué... sintética y abrumadoramente bonito relato.

Dignísimo de usted, he de decir!

Abrazo gigante.

Fender dijo...

Ufff... qué seguro está el muchacho! Me gusta la gente decidida, qué tanto!

Vontrier dijo...

Bueno, me mata la intriga de todos los relatos.
Cuándo publican la próxima entrega?

Está muy buena la iniciativa, los felicito a todos.

Salú.