lunes, 18 de junio de 2007

Enkele

Nunca ninguna, de tantas, había osado erguirse hasta descubrir, sobre su vientre, presagiosa y negra mancha, como aquélla que tropezó entre las montañas con un Mikra famélico, siendo que éste la buscaba porque así se lo requiriera encarecidamente el anciano pastor y su futuro beau-père, y adoptó la referida postura, al tiempo que berreaba, exponiendo revelaciones que el héroe todavía no era capaz de penetrar. Las vicisitudes de esa cabra, y la circunstancia inmediata de que, exánime tras su labor sibilina, se desplomara ante Mikra y fuera en éste el hambre más fuerte que el dolor; esos incidentes, digo, como el escenario en que se verificaron, y la regeneración de tejidos operada en favor de la bestia —si debida a células presentes en su esqueleto incólume o a comercio asiduo con demonios, lo ignoro—, pertenecen al nudo de esta tragedia, pero no pertenece a éste, sino a la catástrofe que prenuncia el desenlace, el episodio que, ocurrido hará cosa de dos horas, llegó a mis oídos por intermedio de uno de los muchos guardias que tenemos apostados en toda la isla, algunos con vestimenta castrense, otros disfrazados, desnudos otros: un cabrito, aún no destetado, mostróse agresivo con sus compañeros de rebaño, llegando a inmolarlos hasta regar el suelo con su sangre, y luego, diríase que a manera de desafío, ingresó en la morada del mayoral, donde éste se hallaba a la mesa junto con diversos miembros de su parentela; el cabrito sostuvo con ellos una conversación, con profuso despliegue de argumentos, pero de un momento a otro contravino estrictos preceptos del decoro, desde que se paseó, hincado sobre sus patas traseras, encima de la mesa, exhibiendo groseramente pudendas e invadiendo con pezuñas el inviolable cuenco de la sopa, para sellar su canallada haciendo a los conturbados interlocutores partícipes del sacrificio cruento que iniciara con sus congéneres. Esto sucedió hace no más de dos horas, sería precipitado sacar algo concreto de esto, y no es lo único que sucedió... Por mi parte, no planeo degollar a nadie de momento, pero eso no impide que siempre ande munido de esta daga que heredé del autor de mis días... llevo demasiados años sin desprenderme de ella. Atrás dejo las cabras, atrás el vestíbulo de Palacio. ¿Qué diré al centinela, que me ve acercarme? Hay que actuar con psicología, el tiempo es escaso. Déjalo todo y reúnete con tus afectos. Notable: pude amenazarlo con suplicios por infringir mi orden, pero no hubo necesidad de esto, ya que el guardia me observó sobresaltado y después, advertido de su insolencia, bajó la mirada y se dispuso a obedecerme. El temor reverencial sin duda influyó en él, aunque sospecho que también obró en él mi inusitada apelación a los afectos. Con toda seguridad, una mujer lo aguarda en casa, y ella le prodiga su cariño, y él hace lo propio, todo esto enmarcado dentro de cierta violencia, como acostumbran desenvolverse estas relaciones... hay en todo el asunto, a la vez, cierta fortaleza y cierta debilidad. Así sucedió en la Fiesta de Warsko: uno de los revoltosos fue capturado y ejecutado al instante, porque las probanzas lo señalaban con vehemencia; interrogados que fueron los allí presentes, nadie parecía conocerlo, como si hubiera nacido de la espuma del mar, pero una mujer, que hasta entonces se había mantenido impertérrita, su vista el llanto acudió a nublar, siendo presto enjugado, y yo, que esto percibí, de inmediato previne a mis esbirros, con lo cual esas lágrimas delatoras motivaron que ella fuera a reunirse con su compañero... de lo cual se sigue que los afectos son debilidades. Tan pronto nos precipitan al cadalso como nos invitan a abandonar Palacio. Así procedo, y mis razones me asisten. Que es flaqueza bien lo sé, pero ¿qué importa? Allá voy, Thor, a tu encuentro. El sol se pone, y ya veo asomar a su relevo. La consumación de todo está próxima. Lo entreví anoche, antes de dormir. Al principio como en un espejo, pero a lo último frente a frente, una mano se presentó en mi estancia y me llenó de horror: eso, a mi edad, puede resultar un tanto embarazoso... debí, una vez concluida la alucinación y recuperado el autodominio, cambiar yo mismo las sábanas... aunque eso vino después, porque tan pronto como la mano se hubo retirado, sólo una certeza había en mí: supe que me iba a morir, yo, Goedk Juthhein, presidente de la República de Jutlavia, y además todo ser vivo. Esta certeza atrajo hacia mí toda suerte de representaciones, que hubieron de sumarse a las que, como huevecillos, depositara la mano visitante. Desde esta madrugada, esperaba con mucha ansiedad recibir noticias de todo género. Recibir informes como el del cabrito, o el de las aguas en ebullición, o el de las bodas en el presidio... pero, ¿lo creerás?, estaba muy lejos de pensar en ti. ¿Lo crees o no? Te tenía enterrado en el olvido, sin duda un mecanismo de defensa... te lo explicaré todo, y tú me dirás por qué no regresaste sino hasta hoy, y también quiero saber el porqué de la originalidad de tu modo de reaparecer. Pronto hablaremos. ¿Dónde estoy? ¿Cómo pude suponer que te encontraría, si desconozco el sitio de tu habitación? La niebla ha descendido de las montañas, como si se dispusiera a preparar estas playas para una función de gala... Este mismo sector bien pudo ser donde lo vieron; porque eso no es algo que pueda soslayarse. La mujer de ese arponero ha debido verle por aquí. Volvía camino del hogar, con su prole. ¡Ver emerger del mar al mismísimo Enkele! No ha podido reconocerle, porque no le conoció —pues cuando Warsko pisaba Francia en calidad de exiliado, Enkele ya era entrado en años—, pero supo en seguida que se trataba de él. Los cronistas siempre se han mostrado diligentes en rememorar los rasgos más descollantes del más célebre ministro que haya visto Jutlavia: sus ropajes equívocos, su fisonomía y estatura por completo extrañas a la genética jutlava, su tez lampiña y en extremo pálida, su marcha pausada y regular, el mutismo que sólo rompía para formular lacónicas sentencias, y etcétera. En parte alguna consta de dónde vino, y tampoco se supo adónde fue. El propio Warsko, acaso el más allegado, en sus Mémoires escribió: “Tout à coup, il sortit de scène.” Aunque no por eso dejó de mencionárselo en Jutlavia, ni de abrigarse ideas de su regreso: tan hondo era el surco que él había trazado. La mujer del arponero fue presa de una crisis histeriforme, pero yo sólo podría alegar una ignorancia supina para valerme de ese expediente de evasión: conozco la mano cuya visita ayer me honró. En otro orden de ideas, ésta debe ser la residencia de Thor. Él está por estos alrededores; lo presiento. ¡Thor, sal a mi encuentro! No habrá reproches. No busco que rindas cuentas; no hay tiempo. Tampoco magulladuras. Si supieras que la muerte se cierne sobre nosotros... no obstante, quizá lo sepas. ¿Estás ahí? Quizás no sea más que un delirio. No sé a qué atenerme... ¿viene o no? ¿Soñamos? Thor tanto tiempo ausente, yo te conjuro, si es el caso, para evitar mi pesar: sé para mí autor de dulce término. Ah, aquí estás... pero... no, no huyas. No te guardo odio. ¡Vuelve! No te guardo odio, si yo lo buscaba. Lástima no contar con tiempo e instrumental para redactar una esquela de suicidio... y esta daga con tus huellas...

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