martes, 5 de junio de 2007

Diez...

Una hora detiene a Cabeza de Gervasio frente a la vidriera, redescubriéndose. Una hora completa que termina convenciéndolo de que:
jamás volverá a ver a su madre;
jamás volverá a pasear a su perro;
jamás podrá concluir El Quijote;
jamás podrá comenzar La Divina Comedia;
jamás podrá releer Socorro 10;
jamás volverá a untar manteca en pan;
jamás volverá a llorar frente a la tumba de su mejor amigo;
jamás conocerá Finlandia;
jamás viajará en tranvía;
jamás terminará de ver El Padrino;
jamás aprenderá a tocar el piano;
jamás volverá a rogar por un aumento de sueldo;
ya no deberá pagar la cuota de su departamento,
ni tendrá que cancelar la cuota de su auto;
no terminará de escribir su novela,
ni podrá enamorarse de una japonesa;
no saldará su deuda con Marcos;
no discutirá más con Berenice;
ya no podrá vengarse de su vecino;
ya no podrá usar las zapatillas nuevas;
no llegará a tiempo para llegar tarde;
no reirá más a carcajadas, ni volverá a sentir el dolor de un pie lastimado, ni podrá comprar ni vender ni regalar ni conversar ni encontrar ni perder ni buscar ni verse envejecer;
porque el tiempo no abunda, y apenas alcanza para robar un beso de esos deliciosos labios que acaban de pasar a su lado y junto a los cuales Cabeza de Gervasio despedirá sus últimos minutos.

No hay comentarios: