miércoles, 6 de junio de 2007

Conmoción

Sube al taxi pensando que después de diez años son pocas las cosas que han cambiado. Está en Palermo, se dio cuenta luego de caminar un par de cuadras. Le indica al conductor un punto preciso en el centro y mira ávidamente por las ventanillas a la gente que comienza a reunirse en las veredas comentando sobre el extraño color del cielo. Pronto, los otros: los yuppies, los ocupados, los alienados de siempre, invaden esta y otras calles demasiado concentrados en sus propios asuntos y en la ansiedad de regresar a casa, para dirigir siquiera una mirada hacia arriba.

"Calor, ¿eh?" le pregunta el taxista, con esa impune confianza que da la certeza del improbabilísimo reencuentro.

Sasha está lejos de ahí, mira sin ver pensando en él. ¿Seguirá allí, donde solíamos juntarnos con el resto del staff? Tal vez... Recuerda las interminables discusiones en las que él salía desgastado, aplastado por sus arranques de ira, muchas veces llorando e irremediablemente más débil. Siempre supeditado a su ego, a sus caprichos de prima donna; porque era ella, y sólo ella, el alma mater del emergente grupo teatral. Y su palabra era ley, en el escenario y en la cama, en la casa y en las reuniones.

Iván era bello, encantador, pero débil. Un cero a la izquierda, el asistente del director las más de las veces y las menos, en escena, un segundón tímido que la adoraba. Fue sencillo enamorarse de él... Es tan difícil encontrar una adoración sincera y desinteresada en el ambiente artístico, pensaba Sasha.

Al principio le dio todo, y después lo sometió a sus más inhumanos designios. Solamente Estela, su compañera en escena, se atrevió a enfrentarla con una observación sobre el tema: "Nunca voy a entender a quién odiás tanto, que te descargás con Iván".

¿Al mundo? ¿A ella misma? ¿A esos padres que le dieron todo menos la satisfacción de su compañía en cada una de las presentaciones donde se la aclamaba como "revelación", "joven promesa"? ¿Al mundo?

A Iván no, seguro que no. Pero no lo amaba, y era sumamente fácil volverlo blanco de su ciclotimia arrasadora. Hasta aquél día en que volaron papeles primero, ropa y objetos más pesados después, cuando él le dijo que se iba, que dejaba incluso al grupo en el que tenía puesta toda su esperanza profesional, para alejarse de su influencia dañina.

"Me voy, o me muero" le había dicho sin pizca de dramatismo: Iván era demasiado serio para jugar con aquellas cosas. Pero ella no. Ella era la reina del drama. No iba a quedarse sin la última palabra. Desesperada por retenerlo, furiosa ante la perspectiva de una humillación más pública que cualquiera de sus logros, se paró junto a la ventana del tercer piso y anunció: "Lo que vos decís, yo lo hago".

Y voló.

Es mentira, piensa, que quienes saltan al vacío se arrepienten antes de tocar el suelo. Se arrepienten en el mismo instante en que sus pies pierden el apoyo y ya no tienen control sobre su peso muerto, cayendo a plomo sobre el pavimento. Y ella, que nunca tuvo vergüenza antes, siente eso: vergüenza de aquel impulso pueril que siguió por un mero capricho punitivo hacia otro. Un otro suficientemente castigado por sus excentricidades, por sus depresiones, por su desamor y sobre todo por el sistemático boicot que ella había impuesto a sus sueños.

"Llegamos" dice el taxista. Casi no ha visto el paisaje urbano desenvolverse con el fondo de los bocinazos y el humo de los colectivos. Pero llega al viejo teatro donde se reunían con el staff, diez años atrás, dispuesta a redimirse ante Iván. Sabe Dios cuánto habrá sufrido esa imagen grabada en su cabeza, la mujer amada saltando al vacío para castigarlo. Aunque está convencida de que es iluso de su parte pensar que va a encontrarlo ahí, justo en el lugar donde todo terminó, para comenzar.

La sorprenden las luces de la puerta, la fachada arreglada, los escalones orlados de pana roja, el movimiento de boleteros y muchachas uniformadas. Sus ojos suben aún más, hasta la marquesina; hasta la foto de una sonriente Estela (para la que, definitivamente, no pasaron los años), como protagonista. A su lado, Iván. La expresión aniñada e inocente, desaparecida para siempre de su rostro: ahora es cabecera de la obra que siempre quiso hacer y todo el abatimiento de sus días pasados, transmutado en aplomo, le cae a Sasha como un balde de agua fría.

Entra sin prestar atención a los boleteros. Ellos no la miran nunca; ha comenzado a soplar un viento extraño, cálido, continuo y trepidante que sacude un poco el cartelón de entrada. Sube las escaleras, va hacia la derecha... no; ahora se entra al escenario por ahí. A la izquierda, las escaleras que llevan a los camarines. Sube, reconociendo el olor que ni los años ni el dinero ni el éxito de taquilla lograron cubrir. Escucha risas y algún corcho que vuela despedido de una botella, y se da cuenta, al abrir la puerta, que nadie ahí dentro tiene conciencia del fin.

Sonríe al verles la cara. Él está de espaldas a la puerta y no se percata enseguida del silencio que precede a su entrada; acaba de advertir a través de la ventana las nubes doradas, el viento que comienza a llevarse las ramas de los árboles y algunas marquesinas. "Pucha, el auto" lo escucha decir, mientras se acerca a él y piensa con el corazón a cien pulsaciones por minuto, que está parado en el lugar exacto donde lo vio por última vez hace diez años.

"Vieron eso..." empieza a preguntar Iván mientras se vuelve y la ve; se congela en un gesto de asombro que ella aprovecha para tomarle la cara entre las manos con una sonrisa estática. El único que alguna vez la amó no la esperaba en absoluto; lee en sus ojos la incomodidad y la culpa por no haberla extrañado como debería. Lo sabe. Su muerte del cisne es el susurro que todos pueden oír, mientras el cuarto tiembla y las lámparas tintinean:

"Me deja mucho más tranquila, que mi muerte haya servido para que te fuera bien".

El viento dorado abre la ventana de un golpe. Sasha lo abraza, lo empuja.

Saltan.

1 comentario:

valentina* dijo...

Realmente me atrapó. No conseguí despegarme sino hasta que ambos saltaron. Excelente narración.
seguiré por aquí en algún momento... espero no desordenar.
gracias por este post
valentina